Innovacion empresarial:¿está preparado nuestro país?

Con demasiada frecuencia, se escuchan lamentos de políticos y gestores empresariales, sobre la falta de cultura emprendedora y la escasa capacidad innovadora de nuestro país.

Están avaladas por datos del tipo “En 2010 el 72% de los jóvenes querían ser funcionarios y sólo el 4% estaban dispuestos a ser empresarios” o la noticia recibida hace dos días: “Por tercer año consecutivo, España no ha conseguido colocar a ninguna de sus empresas, en el listado de las 100 compañías e instituciones más innovadoras del mundo, elaborado por la agencia Thomson Reuters”.

Es cierto que el instinto emprendedor está muy unido al gusto por la innovación y que durante una larga época, las nuevas generaciones han crecido en la idea del trabajo seguro, del funcionariado como su profesión de futuro y de la huida de cualquier riesgo empresarial. Sin embargo, no es menos cierto que, paralelamente y de forma general, las empresas no han sido capaces de desarrollar las condiciones de trato a su capital humano, que hagan posible el nacimiento de un proceso de innovación.

Aspectos como la jerarquía de mando, el castigo al que se arriesga, en lugar del premio a quien se equivoca innovando, el freno sistemático a quien dentro de la empresa se propone sacar adelante una idea de cambio; han sido comportamientos habituales de directivos, asustados de su propia incompetencia, inseguros de sí mismos y escondidos tras su potestad, que han preferido cercenar cualquier idea innovadora, antes que reconocer el valor de los compañeros.

La innovación empresarial va unida a una cultura abierta de relación entre profesionales, en la que valores como el trabajo en equipo, el apoyo al compañero emprendedor, la confianza en los empleados y la apertura sistemática a las ideas que provienen de todos los demás, hacen posible que se manifieste la capacidad innovadora de todos nosotros y del conjunto.

Otros ya lo entendieron, lo pusieron en marcha y dieron lugar a empresas de éxito en el campo de la innovación.

¿Cuántas de ellas se rigen por esquemas tradicionales en la gestión del capital humano?